Direito e Mudanças Climáticas nos Países Amazônicos
O Projeto Direito e Mudanças Climáticas nos Países Amazônicos, coordenado pelo Instituto O Direito por um Planeta Verde tem como meta fomentar o desenvolvimento de instrumentos regulatórios relacionados às mudanças climáticas nos países: Bolívia, Brasil, Colômbia, Equador, Peru e Venezuela, integrantes do Tratado de Cooperação Amazônica. LEIA MAIS
30/09/2009
El cambio climático en Colombia
El mundo se estremece. Soplan grandes vientos de cambio en la naturaleza de toda la Tierra. Es el calentamiento global. Colombia, que es un pulmón del planeta, está igualmente amenazada. Visión de nuestro futuro, en diagnóstico de expertos.
Durante el siglo veinte se extinguieron ocho nevados colombianos. Las nieves del Puracé, Sotará, Galeras, Chiles, Pan de Azúcar, Quindío, Cisne y Cumbal son apenas recuerdos. Sólo quedan seis nevados y tienen los años contados.
Aunque los cambios climáticos han sido una constante en la historia de la Tierra, el que estamos viviendo ha sido atribuido a la actividad del hombre. Y existen evidencias de que está afectando a Colombia, particularmente desde la segunda mitad del siglo veinte. Se ha demostrado un incremento de la temperatura media anual del aire a un ritmo de 0,1 a 0,2 grados centígrados por década. Las precipitaciones han variado: en unas zonas aumenta y en otras disminuye en un rango que oscila entre el –4 y el +6 por ciento por década. Desde hace varios decenios los nevados experimentan una pérdida considerable de su masa de hielo, y ya varios nevados colombianos se extinguieron durante el siglo pasado. En las costas el nivel del mar ha aumentado a razón de dos milímetros por año. Y en materia de salud humana el dengue ha encontrado ambientes propicios para su proliferación donde antes no existía.
El clima
Según los estudios sobre el clima en estaciones meteorológicas de todo el territorio nacional, hay una tendencia al incremento de las precipitaciones en lugares como Santa Marta, Medellín, Quibdó, Puerto Carreño y Neiva, mientras que en el suroccidente han disminuido, por ejemplo en zonas de la cordillera Oriental (Bogotá, Bucaramanga y Cúcuta) y en la isla de San Andrés. El aumento de precipitaciones es de alta intensidad (aguaceros y tormentas).
En cuanto a la temperatura, hay una propensión al aumento de las máximas y las mínimas, lo que quiere decir que tanto las noches como los días son más calientes.
En el altiplano cundiboyacense tienden a disminuir los períodos fríos o heladas en las horas de la noche y de la madrugada. Las últimas heladas del altiplano corresponden más a efectos del fenómeno de “El Niño”.
Los nevados
Durante el siglo pasado se extinguieron ocho nevados colombianos: Puracé (1940), Sotará (1948), Galeras (1948), Chiles (1950), Pan de Azúcar (1960), Quindío (1960), Cisne (1960), Cumbal (1985).
Los seis nevados actuales (Ruiz, Santa Isabel, Tolima, Huila, Sierra Nevada de El Cocuy y Sierra Nevada de Santa Marta) presentan un derretimiento constante muy marcado en las últimas décadas. Esta pérdida se asocia con el aumento térmico global, resultado a su vez de la acumulación de gases de efecto invernadero. De hecho, Colombia ha perdido en el último medio siglo el cincuenta por ciento de su área glaciar. Cabe recordar que en el Ruiz se llevaron a cabo campeonatos suramericanos de esquí hasta 1958.
De las décadas de 1940 a 1980 las pérdidas de área fueron de uno por ciento anual, mientras que hoy son de dos a tres por ciento. A este ritmo, en dos o tres décadas tendrá Colombia muy poca cobertura de nieve. Es como mantener un grifo de agua abierto. Y el problema será más grave cuando exista un área mínima de nevados y las poblaciones de alta montaña se afecten por la disminución del caudal de los ríos. Y además será una gran pérdida no ver en nuestras cumbres montañosas tan hermoso y único paisaje, ya que culturalmente está muy arraigada la idea de la montaña nevada.
Los glaciares son excelentes indicadores de cambio climático por su rápida y fiel respuesta a las alteraciones de la atmósfera, y los glaciares ecuatoriales como los de Colombia representan un ecosistema único por su rareza y dinámica.
Junto con los nevados, los páramos son también vulnerables a los cambios climáticos, y se prevé una pérdida de la regulación hídrica de alta montaña. Las lagunas pequeñas de páramo, propias de ese ecosistema, tienden a desaparecer. El aumento térmico está causando, desde hace algunas décadas, que el páramo no sea tan frío y por lo tanto resulte apetecido para las labores agrícolas, con la consecuente ampliación de la frontera agrícola.
El nivel del mar
Hay evidencias claras de un ascenso lento pero progresivo del nivel del mar desde finales del siglo pasado, a razón de aproximadamente dos milímetros por año. Este proceso representa una amenaza para las costas y las islas colombianas por la posible inundación de zonas bajas y la erosión y el retroceso de las playas, entre otros impactos.
Estudios recientes muestran que en los próximos cien años en los litorales colombianos es posible la inundación permanente de casi 5.000 kilómetros cuadrados de costas bajas, así como el encharcamiento fuerte o el total anegamiento de 5.100 kilómetros cuadrados. En estas áreas se verán principalmente afectadas las playas y las marismas de mangle, tanto por la erosión como por la inundación marina. Se afectarán aproximadamente 1,4 millones de personas, las actividades económicas y la infraestructura vital de las costas.
En el litoral caribe colombiano se evidencia un retroceso generalizado de la línea de costa, atribuible en la mayoría de los casos al avance del mar por el ascenso de nivel, representado en erosión de playas y socavación principalmente. En el litoral del Pacífico, y en particular en los extensos acantilados de la costa del Chocó, ocurren actualmente procesos de erosión de playas y manglares.
El ascenso del nivel del mar puede causar la inundación de planicies y pantanos costeros y el represamiento del drenaje natural y artificial, y esto significará el aumento del nivel en las marismas asociadas a las ciénagas costeras, en algunas de la cuales se han levantado barrios marginales que serían inundados, como en Cartagena, Turbo, Buenaventura, Satinga y Tumaco. También ocurriría el represamiento del sistema de alcantarillado, construido al nivel del mar actual, que provocaría graves problemas de salubridad para las poblaciones.
En las playas el ascenso del mar las destruirá paulatinamente, como hoy ocurre en Puerto Colombia y Salahonda; otras se reducirán y retrocederán hacia tierra adentro, como sucede ya en los departamentos de Bolívar, Sucre, Atlántico y Chocó.
Los sistemas coralinos, como los de las islas del Rosario y San Bernardo, pueden perder sus funciones ecológicas y hasta ser destruidos si aumenta su deterioro por la continua explotación de las formaciones de arrecifes y la contaminación de las aguas locales por residuos industriales y urbanos, como en las islas del Rosario por los sedimentos arrojados por el Canal del Dique. La zona insular del archipiélago de San Andrés y Providencia, con su extenso arrecife coralino, podría sufrir notables impactos por el cambio climático. Uno de ellos, la inundación por el ascenso del nivel del mar, puede representar el anegamiento del 10,1 por ciento de la isla de San Andrés y del 3,8 por ciento de Providencia y Santa Catalina.
El cambio climático también puede traer un incremento del número y de la intensidad de los huracanes y los mares de leva, con daños y desastres en las zonas costeras.
La desertificación
En la actualidad uno de los problemas más relevantes a escala global es la desertificación, es decir, la degradación de suelos y tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, resultantes de diversos factores tales como las variaciones climáticas y las actividades humanas. Según los estudios desarrollados por el Ideam, Colombia posee 24’534.200 hectáreas en ecosistemas de zonas secas (21,5 por ciento del país), de las cuales 19’351.000 padecen desertificación (16,95 por ciento del país). Los zonas secas colombianas abarcan una gran variedad de ecosistemas que van desde los páramos de las partes más altas de las cordilleras a 3.000 metros sobre el nivel del mar, hasta los manglares de la Costa Caribe. De esas regiones también forman parte ecosistemas de sabana, bosques secos tropicales, zonas inundables y bosques de galería.
Las zonas que presentan procesos de desertificación padecen bajos volúmenes de precipitaciones, y por ello una reducción aun mayor de las lluvias puede causar un desequilibrio hídrico agudo que acelere el proceso de degradación de los suelos, perjudique los sistemas de producción de la tierra y repercuta regionalmente en la intensidad y la frecuencia de eventos catastróficos.
De igual forma la desertificación por causa de la deforestación y la erosión puede incidir en el cambio climático al liberarse los depósitos de carbono orgánico e inorgánico de la vegetación y los suelos.
En los ecosistemas secos colombianos se encuentra una importante concentración de asentamientos humanos con sus correspondientes actividades socioeconómicas: el 63 por ciento de los cascos urbanos está en ellos, y el 47,5 por ciento en zonas de desertificación. Además se destaca la agricultura como uno de los sectores económicos más expuestos a la desertificación, pues la mayoría de los distritos de riego está en las áreas afectadas por este fenómeno.
La salud
En la comunidad internacional existe preocupación por la forma en que los aumentos de la temperatura y las modificaciones del régimen de precipitaciones por los cambios climáticos puedan incidir en las enfermedades transmitidas por vectores y que estas patologías encuentren nuevas áreas donde logren asentarse y proliferar. Colombia como país tropical es un escenario propicio para muchas enfermedades transmitidas por vectores. Concretamente la malaria y el dengue pueden encontrar nuevos espacios en la medida en que los vectores logren acomodarse a los cambios climáticas. Hay que diferenciar entre las dos patologías: la malaria es producida por parásitos (plasmodios) y el dengue por un virus de cuatro serotipos. También existen diferencias entre estas dos enfermedades: la malaria se presenta comúnmente en áreas rurales, y el dengue en áreas urbanas. Los vectores también son diferentes: los mosquitos de las especies anofeles son los transmisores de la malaria, y el Aedes aeghypti el responsable de transmitir el dengue.
Los vectores de dengue encuentran como temperatura ideal para la transmisión los 24 grados centígrados, y resulta inquietante que una ciudad tan populosa como Medellín esté al borde de alcanzar esa temperatura promedio y propiciar así la mayor presencia del vector y el aumento de los brotes de la enfermedad.
El dengue se ha caracterizado en los últimos años por una mayor presencia en municipios de vertiente de cordillera, a causa del aumento de la temperatura. Un municipio como Fusagasugá, que antes de 1997 no presentaba la enfermedad, hoy normalmente reporta epidemias de hasta trescientos casos.
Los efectos sobre la malaria son más difíciles de calcular por los muy diversos factores sociales y ambientales que intervienen, pero se ha determinado que aumentos de sólo un grado centígrado, como sucedió por el fenómeno de “El Niño”, potencian la capacidad de transmisión de los vectores. También se ha establecido que en zonas hiperendémicas, incrementos de la precipitación de apenas un veinte por ciento se reflejan en el aumento de los picos tradicionales de la enfermedad.
Otros elementos nocivos de los cambios climáticos, como las olas de calor soportadas recientemente en Colombia, pueden incrementar los accidentes cardiovasculares.
El panorama del calentamiento global en Colombia es bastante preocupante, y eso que nos hemos limitado a sólo cinco sectores. En realidad, la destrucción ya empezó.
Fonte: Revista Diners
Foto: Revista Diners