La discusión sobre la lucha contra el cambio climático ha transcurrido el último año en medio de la crisis económica más profunda en décadas.

No sorprende que los políticos hayan estado más preocupados por los problemas "fundamentales" de la gente, como el empleo, que por la temperatura del planeta.

En el campo ambiental, la recesión constituye un obstáculo y una oportunidad. Al reducirse la actividad económica, por ejemplo, baja el consumo de combustibles fósiles, lo que repercute positivamente en las emisiones contaminantes. Según la Agencia Internacional de Energía, estas podrían disminuir 3 por ciento este año debido a la crisis.

Sin embargo, la caída de la demanda abarata los hidrocarburos (el petróleo vale 18% menos que hace 2 años, cuando comenzó la crisis), lo que desestimula la búsqueda de energías alternativas.

Así las cosas, la estratégica conferencia global sobre cambio climático que se realizará dentro de 22 días no tendrá éxito sin una visión económica de largo plazo.

A la luz de la desaceleración, que ha venido determinando las decisiones políticas, parece sensato inyectar ingentes sumas a la industria automotriz -como hizo E.U.- u otorgar subsidios a la compra de vehículos.

Esa es la manera obvia de enfrentar la crisis: tirarle un salvavidas al modelo. Otra opción es cambiarlo: aprovechar el profundo cuestionamiento que se le hace hoy para reconstruirlo sobre bases más sostenibles.

Hacerlo no solo es deseable, sino rentable. Ayer, la Comisión Europea presentó un estudio según el cual invertir en la conservación de ecosistemas puede generar unos beneficios entre 40 y 79 por ciento más elevados que el costo de mantener la tendencia actual de pérdida de biodiversidad.

No es solo el cambio climático. "Es la economía, idiota", como dijo Clinton una vez.


Fonte: El Tiempo, Bernardo Bejarano G.