Los mineros venden el metal que extraen en países de Europa y Norteamérica, donde les pagan un 15 por ciento por encima del precio normal.

Fueron los mejores entre 1.200 proyectos de desarrollo sostenible de todo el mundo.

Jorge Perea habla con valentía de la minería ilegal que todos los días se ve Chocó adentro, en una de las selvas más ricas del mundo.

La extracción desmedida de oro y platino, dice este líder comunal de Condoto, se ha vuelto como una epidemia que tumba árboles, contamina el ambiente con mercurio o cianuro y arroja los desperdicios en cualquier quebrada. Por eso ya no hay casi que pescar. Y tomar agua de río es un riesgo.

Perea, aclara con vehemencia, nunca ha caído en este abismo donde las agresiones a la naturaleza están ligadas, sin remedio, al afán desmedido de quienes sueñan con enriquecerse de un día para otro.

Hoy puede hablar con la frente en alto como integrante de un programa que es una excepción en medio de la destrucción general.

Hace parte de Oro Verde, una organización que le apostó a la minería sustentable y que acaba de ser reconocida, entre 1.200 iniciativas de todo el mundo, con el premio Seed (Apoyo a Emprendedores para el Desarrollo Sostenible), que destaca proyectos empresariales que preserven los recursos, pero que además traten de ponerle fin a la pobreza.

El reconocimiento lo entregó el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), con el respaldo de la Unión Internacional para la Naturaleza (UICN) y los gobiernos de ocho naciones como Holanda, Noruega, Alemania e India.

Perea cuenta como Oro Verde comenzó como una idea utópica en el año 2000, que fue impulsada por la Fundación Amigos del Chocó (Amichocó) y los consejos comunitarios de Tadó y Condoto, quienes hicieron una apuesta arriesgada: devolverse a la extracción tradicional de oro y platino, que llegó a la región hace 200 años; la misma que no piensa en producciones en masa, pero que al menos no usa químicos.

Y el riesgo se concentraba en que mientras ellos se la iban a jugar por lo responsable, el resto de sus 'colegas' ya habían elegido el camino más fácil: el de las dragas y las retroexcavadores para sacar los metales preciosos.
En esos primeros momentos, la tala avanzada rampante por toda la región. Ni hablar de la erosión y de la muerte de animales. La apertura de pozos de agua estancada era frecuente al igual que las enfermedades. E incluso, vieron como los daños sobre la naturaleza producían el desplazamiento de personas, víctimas de la destrucción de las fuentes alimenticias.

Sin desanimarse, los gestores de Oro Verde lograron certificar a los mineros, capacitarlos y organizarlos en unidades familiares. Todos se comprometieron a sacar el metal con paciencia. Afianzaron el uso de las bateas y otros utensilios como los cachos y almocafres, y se concentraron en venderle al programa cada gramo hallado. De otro lado, sus directivas asumieron otro reto: buscar clientes en todo el mundo.

Venden en Europa
Un minero trabaja más de ocho horas diarias para extraer, en promedio, dos o tres gramos de oro (87 mil pesos). Una labor que se desarrolla con el agua hasta las rodillas, a pleno sol y con temperaturas que superan los 35 grados.
"Hoy tenemos clientes en Europa y Norteamérica, a quienes les vendemos sin la presión de los intermediarios que acostumbran a quedarse con las ganancias. Y los joyeros holandeses o ingleses, que incluso han venido a visitarnos para conocer la experiencia, nos pagan el oro y el platino un 15 por ciento por encima del precio del mercado", explicó Sandra Hernández, directora de marketing de la organización. "En Europa es muy valorada la joya que lleva la marca Oro Verde porque además tenemos el aval de la Fairtrade Labelling Organizations (FLO), que defiende el comercio justo y a los productores que conforman los primeros eslabones de la cadena comercial ", agregó Hernández.

En este caso, los excedentes generados por la venta en el extranjero pertenecen a las comunidades y esos recursos son reinvertidos en lo que ellas decidan por consenso.

El programa beneficia a 700 mineros artesanales que están distribuidos a lo largo de 4.500 hectáreas de bosque húmedo tropical y en uno de los 25 ecosistemas más biodiversos del planeta. La zona se ha vuelto una especie de área protegida, aislada de las agresiones que ha resistido el lugar durante años.

Helen Marquard, directora ejecutiva de Seed, definió el trabajo de los chocoanos como una muestra de que las oportunidades para adelantar buenos negocios se pueden combinar con la conservación y la creación de beneficios sociales. Pero Jorge Perea tiene otra idea: "Oro Verde, más que oro, es entender que la biodiversidad debe estar siempre al servicio del hombre, pero con responsabilidad".

Fuente: El Tiempo/ JAVIER SILVA HERRERA
REDACCIÓN VIDA DE HOY